martes, 27 de mayo de 2014

Ventanita al mundo.

Ir en el metro y quedarse viendo fijamente a la ventana, no detenerse y no parpadear.
Contar los árboles que cruzan por si solos y los pájaros que se sientan a reposar en las cuerdas del teléfono, esperando que el sol se ponga a sus espaldas y los observe mientras llega la noche.
Lo que está detrás del cristal parece tan lejano que casi ni nos toca: los niños tirando la pelota en el parque, la vecina que barre el frente de su casa, los estudiantes que recién salen de la escuela. O mejor aún, un abrazo que parece no terminar, un beso en la frente, una mirada tierna, un cuerpo que ignora a otro... 
Esta vez la música es una historia corriente, de las que no te importan pero te enteras, en la que una madre hace recomendaciones a sus hijos para que preparen la cena, al tiempo en que la esposa pregunta a su esposo si llegará tarde de la oficina y a su vez, una amiga le cuenta a su amigo su fracaso amoroso. Son como un vals a destiempos donde jamás conoces la orquesta.
Ir en el metro es tener nostalgia de ese mundo que está afuera y que parece tan frágil aunque todos sean tan fuertes. 


Llegas a tu estación y tan sólo sigues chocando con ese mundo que antes parecía impenetrable.