domingo, 3 de junio de 2012

Sobriedad

Estuve varias noches esperando una estrella fugaz.
Sentada en el balcón mientras despedía el humo de mi garganta y concentraba mi mente en lo oscuro intentando ver la luz donde ya no la había. Son pocos los ruidos que hay en la noche, quizás un poco de viento sumado a uno que otro suspiro de un alma dormida, nada molesto para el corazón latente.
La quinta noche consumí las palabras de un libro que contaba historias capturadas por el olvido y poco a poco se me fue olvidando la estrella fugaz que tanto esperaba.
Se me volvió costumbre vivir en la noche, el día tan sólo era pasar la página y unos cuantos movimientos sin sentido. Me enamoró la encantadora soledad nocturna, ese abrazo de nadie, esos besos mimados del vaivén de las hojas por el suelo, por el cielo.
En los últimos amaneceres de septiembre, entre dormida y despierta, sentada en aquel balcón, vi pasar una estrella fugaz y yo tan sólo la dejé ir en el recuerdo.

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