domingo, 29 de enero de 2012

Perdón si no me presento pero no me agrada mi nombre.

Las hojas de otoño chocaban con el viento como si estuvieran disgustados.
La silla se veía tan vacía, tan solitaria, contenía una tempestad que brotaba de aquella fría alma que deambulaba por ahí tratando de ingerir aire que alimentará sus gritos lejanos y mudos.
Caminó, como quien es empujada por las olas que fuerte avanzan para tener que ser devueltas al encontrarse con la arena, entonces estaba en frente de una puerta color marrón y de donde colgaba el número 306, nada más transmitía aquel trozo de madera, era tan vana.
No tuvo necesidad de tocar la puerta para anunciar su llegada, simplemente entró como cuando ya se tiene posesión de algo, percibió el calor de hogar y así, sintiéndose en casa, no halló más remedio que cumplir su cometido.
Salió, atravesando el mismo trozo de madera que anunciaba el 306, la perturbaban los sollozos. Ya no había calor de hogar, ya se había anunciado.
Se encontró en la misma silla, ahora cargada de dolor. Para entonces, las hojas ya no disgustaban con el viento... el viento disgustaba con ella.  

Si alguna vez tuvo vida, la tuvo para llevar la muerte.


No hay comentarios:

Publicar un comentario